A ti, desconocido.

Como inhalar aire sin oxígeno, como sentir una melodía sin ritmo. Eres capaz de engañar a mis instintos y sorprender a los latidos de mi corazón, juzgando a mis pupilas como amantes del engaño en corrupción. Derrochas riqueza, exhibes ternura y como esto, no hay excusa que presumas. No comprendes mi idioma, y no preguntas ni consultas, pero me gustas.
¿Cómo puedo quererte sin antes conocerte? ¿Cómo puedo amarte si decidiste marcharte?

Fuiste mi vida, mi aliento y mi despertar. Me enseñaste a quererte y sin saber siquiera cómo, empecé a amarte. Te fuiste un día y sin dejarme un previo adiós, no has dejado de presenciar todas mis cartas, las que aun no me he atrevido a leer.
Jamás logré desenmascararte pero me bastó con pararte el tiempo, subirte al cielo y entrar en tus sueños cada anochecer. Canté silencios en forma de canciones, tejí “te quieros”, como mantas de lana para el frío invierno y cociné caricias, como dulces, en pequeñas miniaturas.
En nuestra historia no constan los recuerdos, no florecen los momentos y no existen emociones pero te compré una estrella, sí. Hasta le busqué un nombre y créeme que es la más bonita que existe en el universo, la más brillante y la más próxima a la luna. No es muy grande pero sí es suficientemente hermosa como para iluminarte cuando la noche te ciegue y no te deje ver. No llegarás nunca a conocerla, pues nunca podré presentártela pero me basta con saber que ella siempre contigo estará, que ella sí te podrá resguardar.

Si supieras vida mía… Si supieras cuanto te he querido, cuanto te he amado.
Aunque nunca hayas constado en mis planes, aunque nunca hayamos tocado nuestras manos, no existen palabras capaces para calibrar lo que fuiste capaz de ser.
Aunque nunca llegue a conocerte, aunque nunca pueda besarte y ni siquiera mirarte, siempre sabré, que eres tú la huella de mi piel. Eres tú a quien siempre aspiraré a querer.